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La transición energética posible

La emergencia climática es ya innegable. De ella se deriva la exigencia de abandonar cuanto antes los combustibles fósiles, para reducir a cero las emisiones de gases de efecto invernadero. Además empieza a hacerse patente la crisis energética, un secreto a voces del que los medios no quieren hablar, que se manifiesta sobre todo en el agotamiento del petróleo convencional, el pico de producción y subsiguiente declive del gas natural, el uranio y el carbón y en las guerras abiertas por las reservas restantes. De la combinación de ambas crisis, la climática y la energética, se desprende que no sólo es necesario abandonar los combustibles fósiles sino que, por razones geológicas, los combustibles fósiles nos abandonarán antes a nosotros o bien, por razones financieras, la industria del petróleo se volverá insostenible.

Capitalismo verde, otro bálsamo de Fierabrás

La solución mágica para resolver ambos desafíos y seguir como si nada, es el llamado «nuevo pacto verde«. Para que no cunda el pánico en los mercados ante la crisis climática y para que los inversores no pierdan la confianza y atisben ante si un horizonte de ganancias infinitas, el capitalismo liberal ha elaborado una estrategia con la que promete seguir en la senda del crecimiento sostenido, reducir el calentamiento global del planeta y, a la vez, respetar el medio ambiente. El bálsamo de Fierabrás, que diría el bueno de Don Alonso Quijano.

La congresiste Alexandria Ocasio-Cortez presentando su propuesta de Nuevo Pacto Verde

Estas recetas, para salir del atolladero climático y energético, despiertan el entusiasmo en todos los países desarrollados. En Estados Unidos es una propuesta de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, del Partido Demócrata, con el nombre Green New Deal, . En Europa, su nueva presidenta Ursula von der Leyen ha prometido una inversión masiva de 500.000 millones de euros para desarrollar el Pacto Verde Europeo., una estrategia de crecimiento sostenible de la Unión Europea. En España, la Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, tiene el encargo de promover una ley para impulsar la transición energética sostenible y, a la vez, luchar contra el cambio climático.

La nueva regulación del mercado energético español

La regulación de nuestro sistema energético es vital para alcanzar los objetivos de reducción de emisiones, mejorar la eficiencia energética de la economía y reducir nuestra enorme dependencia de las importaciones de combustibles fósiles, que actualmente supera el 72%.

Teresa Ribera, Vicepresidenta cuarta y Ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico

Esta regulación será difícil y conflictiva porque afectará seriamente a intereses de todos los sectores económicos y sociales. Limitar el uso de combustibles fósiles afectará a todos los sectores clave de la economía: el transporte, la movilidad, la agricultura, la industria, el turismo y la pesca. La generación eléctrica, por ejemplo, un sector que consume grandes cantidades de fósiles, está controlada en régimen de oligopolio por un pequeño grupo de empresas a las que reporta enormes beneficios que, obviamente se enfrentarán a su regulación o exigirán cuantiosas compensaciones.

Si la regulación del sistema energético debe acompasarse además con medidas para hacer frente a la emergencia climática, reduciendo las emisiones, la contaminación del aire y de los suelos, racionalizando los usos del agua y mejorando drásticamente la gestión de los residuos, también se verán afectados los intereses de sectores muy importantes como la industria, la agricultura, la ganadería, la pesca o el turismo. De hecho, la regulación del sistema energético afectará a todos los sectores. Esa es una difícil papeleta.

Los primeros borradores, como el que presentó Red Eléctrica Española, contienen un buen planteamiento de los retos con los que nos enfrentamos para resolver la cuadratura del círculo: «llevar a cabo una política energética sostenible, que permita
compaginar el crecimiento económico y la competitividad con la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y la protección adecuada del medio ambiente a medio y largo plazo
«

El problema es que muchos de esos objetivos son contradictorios entre si:

  • El crecimiento económico exige un mayor consumo de energía y recursos materiales, que son finitos y se están aproximando a su declive. Dicho de otro modo, la sostenibilidad de la política energética se contradice con el crecimiento económico.
  • La competitividad, que caracteriza a las economías con mejor desempeño en el mercado, puede alcanzarse vía inversiones en investigación y desarrollo, para transformar y automatizar los procesos productivos o vía contención de salarios y costes de personal. Ambas vías comportan costes sociales difícilmente soportables.
  • La política energética también debe ser posible, además de sostenible, para reducir las emisiones y proteger el medio ambiente a medio y largo plazo. Pero todas las visiones de futuro sostenible se basan en unas nuevas tecnologías que aún no existen: el almacenamiento masivo de energía, el secuestro y almacenamiento de CO2 o el uso generalizado de hidrógeno como vector energético. Así pues, de momento los planes son sólo eso: planes y buenos deseos.

Además, las renovables no son renovables

Lo siento, pero alguien tiene que decirlo. A pesar de las grandes esperanzas depositadas en las energías renovables para transitar hacia una economía verde y baja en carbono, en los paneles fotovoltaicos y las turbinas eólicas, no son autónomas ni autosuficientes, sino productos derivados de la energía contenida en los combustibles fósiles, en el petróleo, el carbón y el gas.

Los paneles fotovoltaicos son productos industriales, fabricados utilizando materias primas y mucha energía

Sin energías fósiles es imposible construir y desplegar esas tecnologías, que son sistemas técnicos no renovables, que envejecen, pero son capaces de transformar en electricidad, durante unos años, la radiación solar y la energía cinética del viento, que sí son renovables.

Así pues, necesitamos dedicar una parte sustancial de las energías fósiles que quedan bajo el suelo para hacer posible el despliegue de las energías renovables, para extraer los materiales necesarios y producir los metales, el cemento y los equipos electrónicos necesarios. Hay que hacerlo detrayendo esa porción de energía fósil en declive de sus usos actuales y reducir, a la vez, las emisiones de GEI. Un sudoku.

Fabricar los 8000 componentes de un generador eólico, ensamblarlo, transportarlo y montarlo consume mucha energía

Y como las plantas de energía renovable son sistemas técnicos que tienen una vida útil entre 20 años (una buena planta fotovoltaica) y los 30 años (una granja eólica de funcionamiento ejemplar), en el año 2050 tendremos que volver a construir e instalar nuevas plantas de energía renovable que sustituyan a las plantas obsoletas. Amén de ocuparnos de una verdadera montaña de residuos complicados, procedentes de las instalaciones desmanteladas.

La cruda transición energética

Así pues, para concluir, ¿dónde está la salida? ¿qué tipo de transición energética nos espera?. En mi opinión debe ser y será una transición hacia una mayor escasez, que nos obligará a reducir mucho nuestro consumo energético, especialmente de carbón, petróleo y gas, porque no nos quedará otra alternativa para frenar el calentamiento global. Esa transición podría ser voluntaria y de común acuerdo entre todos los países del planeta, pero no hay razones para el optimismo. Es más probable una transición forzosa cuando estemos en pleno colapso.

Las 25 conferencias sobre el clima de Naciones Unidas de las partes han terminado en fracaso y sin acuerdo

Es de esperar que las sucesivas conferencias de las partes, convocadas por Naciones Unidas sobre el cambio climático terminen, como hasta ahora, sin acuerdos ni medidas vinculantes, salvo la de establecer mecanismos de mercado para comerciar con los derechos de emisión. Se agrandará la brecha entre las necesidades de los países pobres, que padecen los peores efectos del calentamiento global, y los intereses de los países exportadores de fósiles como Australia, Polonia, Rusia o Indonesia, que harán la guerra por su cuenta y se resistirán mucho a dejar de vender y usar carbón, porque es una parte demasiado importante de su economía. También es de esperar que Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia sigan negándose a cualquier acuerdo para reducir la extracción y comercialización de petróleo. Estos desacuerdos limitarán gravemente las posibilidades de reducción de emisiones de GEI, lo que agravará irremediablemente la crisis climática.

La energía nuclear se irá apagando poco a poco, como consecuencia del envejecimiento de las centrales que están en servicio actualmente. La vida útil de una central nuclear es de 40 años, pero la mayoría de los países nuclearizados prolongarán todo lo que puedan el ciclo de vida útil de sus centrales, más allá de lo prudente, con el argumento de que la energía nuclear es una energía limpia que no emite GEI, una razón muy discutible por incierta. Francia, por ejemplo, se propone prolongar la vida de sus centrales 20 años más allá del límite y lo mismo harán otros países desarrollados y petro-dependientes. La construcción de nuevas plantas nucleares se irá apagando esporádicamente, porque la escasez de uranio, los elevados plazos de proyecto y construcción y los requisitos de seguridad harán que los costes sean inasumibles.

Tasa de reactores nucleares que deberían quedar fuera de servicio

122 reactores nucleares de los 450 que hay ahora en el mundo y cuyo ciclo de vida útil es de 40 años, deberían quedar fuera de servicio en 2020. Esto significaría perder un 27% de la potencia de generación eléctrica de origen nuclear. Pero en 2030, dentro de diez años, 322 reactores nucleares estarán ya envejecidos y deberían desmantelarse, con lo que perderíamos el 72% de la energía de origen nuclear. Y en 2040, antes de que hayamos terminado con éxito la pretendida descarbonización de la economía, el 83% de los reactores nucleares deberían estar ya fuera de servicio. Esta agonía de la energía abundante creará la ocasión para que Rusia y China vendan sus centrales nucleares flotantes, que pueden ser remolcadas hasta la orilla costera del país cliente. Pero queda sin resolver el problema del declive del uranio.

Rusia ha presentado ya su primera central nuclear flotante, la Academik Lomonosov,, de 70 Megavatios

Por su parte, las energías renovables, la eólica y la fotovoltaica no son una alternativa real para reemplazar a los combustibles fósiles y mantener el crecimiento de la economía de libre mercado en la que vivimos. Fundamentalmente, porque la fabricación de los sistemas de energía solar y eólica necesitarán grandes cantidades de energía fósil. Y durante su funcionamiento, necesitan sistemas de almacenamiento masivo de energía o el respaldo de otras fuentes energéticas que se puedan activar y regular a voluntad, es decir fósiles, porque las renovables son inestables y su funcionamiento es intermitente.

Al terminar su vida útil, los paneles desechados se convierten en basura tóxica de difícil gestión

Para complicar las cosas, las plantas de generación eléctrica a partir del sol y el viento sólo producen una pequeña parte de la energía que podrían producir si funcionasen a tiempo completo, una proporción entre el 10 y el 30%. Además son sistemas energéticos con una TRE baja, con un rendimiento escaso y que, en su conversión a corriente alterna, pierden otro 15% de la energía producida. Su ciclo de vida útil ronda los 20 años (fotovoltaica) y los 30 años (eólica), generando un considerable problema de residuos de difícil gestión. Un mal negocio.

Hay otras energías renovables interesantes, como la geotermia, las mareas y las olas, que en algunos lugares, en condiciones favorables, pueden aportar energía para uso local o limitado, pero que no pueden desarrollarse a escala suficiente como para sostener la civilización actual.

Reactor experimental de fusión nuclear ITER. Quedan 7 años para la primera prueba

En los medios aparecen a menudo noticias sobre los esfuerzos para desarrollar algunas tecnologías de las que se espera que se conviertan en una solución a la escasez de energía. Me refiero a proyectos como el uso de hidrógeno como combustible, el reactor de fusión nuclear ITER, el secuestro y captura de carbono o los biocombustibles. Son proyectos llamativos, en los que se invierten sumas fabulosas de dinero, pero que siguen sin dar muestras de convertirse en alternativas reales porque las leyes de la física y, en especial, las de la termodinámica no admiten discusión.

Decrecer es imperativo

Así pues, tenemos que abandonar los combustibles fósiles para frenar la emergencia climática, no hay combustibles alternativos con una TRE suficiente y a la energía nuclear de fisión le quedan entre 20 y 40 años de agonía. Esto es lo que hay. El ser humano no es una especie superior a las demás especies del planeta, no podrá dominar a la naturaleza, ni extraer indefinidamente los recursos que necesita.

Debemos admitir que somos habitantes de un planeta vivo, un pequeño punto azul pálido en la infinitud del cosmos, que mantiene las condiciones que hacen posible la vida en un equilibrio precario. Nos hicieron creer que el ser humano, con su inteligencia y tesón, había sido capaz de doblegar la naturaleza. Pero no es así. Nuestra economía y nuestras brillantes tecnologías son sólo una pequeña parte de la biosfera, dependen de la biosfera, que tiene límites. Hemos vivido en una fantasía, cuesta admitirlo, alimentada por un sistema económico y social depredador, que está llegando a su fin.

Así que, aunque cueste mucho pensar que se puede vivir de otro modo, no nos queda más remedio que hacerlo. Tendremos que vivir más despacio, una vida más sencilla y con menos recursos, valorando el esfuerzo y sin rehuir las dificultades. No se trata sólo de mantenernos en una economía de estado estacionario, sino de decrecer, de reducir la complejidad, el tamaño y los recursos con los que vivimos.

Luis González Perez

Casavieja, febrero de 2020