¿Por qué hablamos de transición?

Estamos viviendo el fin de un ciclo, que se inició en la segunda mitad del siglo dieciocho con la revolución industrial, las guerras coloniales del siglo XIX y las sucesivas revoluciones tecnológicas de las que surgieron la producción de electricidad, el automóvil, la producción industrial masiva, la electrónica o la informática, hasta configurar el mundo actual, tal como lo conocemos en este primer cuarto del siglo XXI.

El mundo actual se caracteriza por la hegemonía de un modelo económico, social y político, que definimos como capitalismo liberal o economía de libre mercado, en el que un reducido grupo de grandes corporaciones transnacionales han deslocalizado su producción y ofrecen sus productos y servicios en un mercado global, protegidas por acuerdos y tratados supranacionales. La salud económica del sistema se mide con indicadores macroeconómicos, como el Producto Interior Bruto (PIB), que es el valor monetario de la riqueza creada.

Black Friday. El consumo compulsivo y las recurrentes campañas comerciales son vitales para el crecimiento del PIB

Para que el PIB aumente es necesario que crezca constantemente el valor monetario de lo que se produce. Y para producir sin parar bienes y servicios, el sistema debe consumir cantidades crecientes de energía y recursos materiales, energía y recursos que son finitos y están en trance de agotarse. A la vez, la producción y consumo de energía, la extracción de recursos y el vertido de desechos ponen en peligro las condiciones para la vida en el planeta con el calentamiento global y la destrucción de la biosfera.

¿A qué nos referimos con el término transición?

Es evidente que no podemos seguir así, con este modelo económico y social, que pone en peligro la vida en la Tierra y amenaza la extinción de gran parte de las especias vivas e, incluso, de la especia humana. Son muchos los esfuerzos, aunque con poco éxito, de los organismos internacionales para poner de acuerdo a las naciones y alcanzar objetivos de desarrollo sostenible, detener el calentamiento global en límites manejables, reducir las tremendas brechas de desigualdad entre personas y entre países o hacer frente a la escasez creciente de agua limpia y suelo cultivable, por ejemplo.

La conferencia de las partes de Naciones Unidas lleva ya 25 sesiones sin responder a las demandas de la población

Así pues hay que pensar y poner en pie, por tanto, otro modelo, que no sabemos cómo es, pero sí sabemos que debe ser capaz de atender las necesidades de las personas sin poner en peligro la vida en el planeta. Podemos discutir si es un capitalismo fuertemente regulado, si es un modelo de desarrollo enfocado en tecnologías verdes y energías renovables o si debe ser un modelo de simplificación y austeridad voluntaria, al que suele llamarse decrecimiento.

Lo que se inicia pues, en esta época postcapitalista, es un proceso en el que debemos transitar desde una sociedad articulada en torno a la propiedad privada de los medios de producción, el trabajo asalariado, el beneficio, el crecimiento constante y la competitividad en el mercado, hacia otro modelo social basado en la satisfacción de las necesidades, la igualdad y el respeto del medio natural.

¿Transitar a otro modelo es sólo una opción?

Un nutrido grupo de situaciones de crisis se están manifestando, en este primer cuarto del siglo XXI, y sugieren que lo que está en crisis no es sólo el sistema económico o la calidad del aire, sino todo el modelo de civilización.

La población del planeta crece de forma preocupante, reclamando más alimentos, agua, tierra cultivable y energía. Pero la cantidad de agua limpia y el suelo cultivable disponible merma cada año. Se están deforestando grandes extensiones de suelo para dedicarlo a cultivos industriales para alimentar el ganado y producir combustibles de origen vegetal.

Se están deforestando grandes extensiones para alimentar a la ganadería industrial y fabricar «biocombustibles»

La energía que ha impulsado la civilización industrial también está en declive, los combustibles fósiles, y especialmente el petróleo, hace más de 10 años que cruzaron el pico de producción máxima y son cada vez más escasos y de peor calidad. Además, el uso masivo de combustibles fósiles ha arrojado a la atmósfera cantidades ingentes de gases de efecto invernadero (GEI), que están elevando la temperatura del planeta, derritiendo el hielo de los polos y glaciares y provocando graves daños a la biosfera.

La situación es insostenible y no hay opción. Hay que cambiar de modelo. Todas estas crisis son la manifestación del agotamiento del modelo económico y social del capitalismo. El hundimiento del sistema podría adoptar la forma de un colapso desordenado, que acarrearía violencia y sufrimiento y en el que impere la ley del más fuerte. Pero también podríamos empezar a construir un orden alternativo, en el que nadie quede atrás, en el que quizá tengamos una vida más sencilla, con menos lujos, pero sostenible. Más vale que seamos capaces de hacer una transición ordenada y justa.

Son ya muchos los lugares, pueblos y ciudades que están ensayando ya esos otros modelos económicos (ver mapa). Ciudades y pueblos que están ensayando otros modos de organizar la economía. Las gentes del Valle del Tiétar y del Sur de Gredos deben empezar a ensayar otros modos de cubrir sus necesidades, cultivando sus propios alimentos, distribuyéndolos en mercados locales de proximidad, desplazándose de forma sostenible y no contaminante. La transición debe ser aquí, es ahora.

Luis González Perez

Casavieja, diciembre de 2019

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